lunes, 24 de diciembre de 2007

El gasto público corriente puede no ser malo –en otra economía

A menudo denostamos el aumento del gasto público corriente en este período de gobierno, y lo culpamos de muchos de nuestros males. Se compone de tres ítems principales: más empleados públicos, mayores salarios para ellos[1], y programas de gasto social como el Panes y sucesores.
Sin embargo, a nuestro lado tenemos al Brasil petista, paradigmático en materia de expansión del gasto corriente por las mismas vías: más funcionarios públicos mejor pagados y un programa de subsidio a familias pobres que es muy superior al nuestro incluso en términos per cápita.
Ambos países crecen a ritmo muy superior a sus medias históricas y sus tasas de inflación no explotan a niveles inmanejables;
[2] los defensores del gasto público usan esto para decir que los denostadores estamos equivocados, que se puede crecer y al mismo tiempo aumentar las dádivas a los que no trabajan y a los que trabajan sin producir nada que alguien quiera comprar.
Esos defensores, cuando son brasileños, tienen razón, porque su economía gigantesca y su grado de cerrazón –las importaciones brasileñas no llegan a 9 por ciento del producto, mientras las nuestras andan en el 25 por ciento- permiten que la explosión de demanda consecuente al aumento del gasto público corriente sea atendida por una industria nacional bastante eficiente y modernizada. Ésta es uno de los motores del crecimiento y les permite atender la creciente demanda de bienes relativamente simples que consume “la nueva clase media baja y media-media” que ha creado el PT. En los últimos años unos 20 millones de consumidores (más del 10 por ciento de la población) han salido de las categorías D y E para pasar a la C que no sólo consume alimentos básicos sino alimentos más diversificados y de mejor calidad, ropa y calzado, transporte, electrodomésticos relativamente simples, diversiones, …
Esos mismos defensores, si son uruguayos, no tienen razón, principalmente porque el pequeño tamaño de nuestra población y su demanda no son suficientes para que se instalen o expandan empresas que provean, a precios y calidades competitivas, las nuevas demandas de los asalariados públicos enriquecidos que, por cierto, ganan a precios reales mucho más del doble de los beneficiarios de la política petista de transferencias. Así, cuando los contrata el Estado como ayudante de cocinero del BSE pagándoles 15 mil pesos mensuales, o les llega el Panes, nuestros “beneficiarios” demandan principalmente ropa de marca, más celulares y equipos de música y viajan al Interior como muestran el desborde de Tres Cruces o la explosión de la asistencia al Pilsen Rock. Buena parte de esos consumos acrecentados, en el caso uruguayo, no proviene de la producción nacional: o porque no tenemos petróleo para producir el gasoil que queman los ómnibus, o porque no tenemos tamaño económico para producir con eficiencia ni los jeans de marca ni los celulares ni los I-Pod ni las cocinas de cuatro hornallas, si los consumidores de esos bienes van a ser los tradicionales 3 millones de uruguayos.
Y entonces llegamos al punto crucial: un país que, como el nuestro, tiene una economía bastante abierta pero no tiene condiciones para producir competitivamente lo que su gente quiere comprar, tiene que cerrar su economía, lo cual implica suicidio colectivo por insatisfacción del demandante y explosión inflacionaria, o traer del exterior lo que nuestra gente quiere consumir, sea directamente como los I-Pod o indirectamente, como el gasoil que se consume en el turismo interno.
De ahí que en el mejor momento de la historia de nuestros precios de exportación, nuestro déficit de comercio exterior crece como nunca: el déficit externo de 2007 apunta a ser 43 veces mayor que el de 2004, y 2,4 veces mayor que el de 2005.
[3]
Para superar esa restricción del tamaño del mercado interno necesitamos acuerdos comerciales con el mundo entero –mal que les pese a los mandamases del Mercosur y sus voceros internos- y un tipo de cambio real más alto que el actual, que sea creíble y sustentable como para atraer las inversiones necesarias para producir lo que nuestra gente quiere y/o traerlo del exterior a cambio de exportaciones de lo que sabemos y podemos producir a precios y calidades válidas en el mercado internacional. Lo entendieron los chilenos, que son quince millones, y los de Hong Kong, que son 7, y los neocelandeses e irlandeses y los que viven en Singapur, que son poco más de 4 millones en cada caso, y hasta Islandia, con sus 300 mil habitantes.
Pero no lo entiende el Frente Amplio.
[1] En promedio, los salarios del sector público casi duplican la media de los salarios privados.
[2] Sin manipulación, la tasa de inflación para este año debe estar en el orden del 4 a 5 por ciento en Brasil, y alrededor de 10 a 11 por ciento en el Uruguay. La tasa manipulada uruguaya se acerca al 9 por ciento, casi el doble del anuncio del equipo económico a principios del año.
[3] Datos del BCU: www.bcu.gub.uy, Area de Estadísticas Económicas, Transacciones de mercaderías.