miércoles, 1 de octubre de 2008

Dos formas de suicidio

Acabo de leer un excelente artículo de Adolfo Garcé, publicado en Observa el miércoles 2 de octubre, donde se cuestionan con éxito las percepciones normales sobre las ventajas y desventajas de las candidaturas y capacidades presidenciales de Danilo Astori y José Mujica. Coincido totalmente con este análisis novedoso y bien argumentado.
Ahora bien, mientras lo leía me puse a pensar en cómo sería un gobierno del Frente encabezado por cualquiera de estos dos personajes, apoyado en el otro, sin que importe demasiado el orden en que se colocan la banda. Naturalmente, me ceñí a mi especialidad, la economía, para concluir que ninguno ha demostrado la menor capacidad para dirigirla sino todo lo contrario.
Puede esto sorprender en vista de los elogios que al Ministro Astori hacen el FMI y demás instituciones internacionales que él denostaba en sus épocas de izquierdista. Veamos el porqué de mi discrepancia con esas instituciones.
Las dos variables centrales que debe resolver un gobierno en lo económico son como crecer y como distribuir.
En materia de crecer –que en un país pequeño sólo puede hacerse vía exportación-, bajo Astori la economía uruguaya creció como nunca porque tuvimos precios externos como nunca. El MEF nada hizo para facilitarlo de modo permanente: no avanzó en la inserción internacional, no promovió otras exportaciones que las que marcaban los precios internacionales, dejó morir lo poco que quedaba de la otrora pujante industria textil, dejó atrasar el tipo de cambio y así importamos de todo lo que no se produce aquí con lo cual se generan empleo y salarios, impuestos y aportes a la seguridad social en el exterior, asistió impávido al creciente déficit externo sin otro argumento que decir que se compensa con el turismo, no fue capaz de contener los izquierdismos sesentistas de sus socios en el Gobierno que llevaron a la situación de desborde sindical que paraliza las pocas industrias que sobreviven al atraso cambiario, y se gastó hasta el último peso de la recaudación y más –por eso tenemos un déficit fiscal creciente y ya cercano al 1 por ciento del producto- y en consecuencia nos deja desamparados ante la violencia de la crisis que se nos viene encima, a pesar de las sucesivas declaraciones del ex Ministro según las cuales “al Uruguay no le pasará nada” –tout va très bien, como dije hace unas semanas. Y se fue del MEF cuando se viene la maroma que él mismo armó.
Por su parte, Mujica hizo lo posible para ponerle trabas al desarrollo agrícola que es la razón exclusiva del aparente éxito económico del Gobierno frentista. No las detallaré para no aburrir al lector, pero son de todos conocidos sus balbuceos medio incomprensibles en el detalle pero claramente apuntados a ponerle trabas a la modernización de ese sector que estuvo atrasado durante décadas.
Confiar en uno de ellos, o en ambos, para timonear la economía uruguaya en los muy difíciles años que se avecinan sería un suicidio económico.
Por su parte, en materia distributiva, Astori presidió la economía del país en el lapso en que se produjo la más fenomenal concentración del ingreso y la riqueza de nuestra historia, y no movió un dedo al respecto, limitándose a decir que la herramienta distributiva era el IRPF. Hace décadas que los economistas sabemos que es muy poco lo que puede hacerse por esta vía, ya que esencialmente lo que hacen estos mecanismos es distribuir entre trabajadores, porque los dueños del capital tienen mecanismos demás para escapar de la tributación, de los cuales algunos hasta son legales. Algo más puede hacerse por la vía del gasto, y mejor si es por la vía de entregar servicios de primera calidad en salud y educación –donde nada positivo se ha hecho- más que en subsidios directos a familias pobres que de hecho los mantienen para siempre en el límite de la pobreza sin abrirles opciones de crecimiento personal y laboral. En el intertanto, las tierras, tradicionalmente en poder de familias ricas, tuvieron durante la era de altos precios externos alzas de dos, tres o cinco veces su valor, enriqueciendo aún mucho más a los que ya eran los más ricos del país. Esos ricos, de los que muchos eran terratenientes y hoy son dueños de depósitos en el exterior, pagaron por impuesto a las trasmisiones patrimoniales el mismo 2 por ciento que paga un poblador que compra su casita.
Y, preguntado Mujica hoy mismo, sobre como distribuir, dice con una candidez inusual en él, que no sabe, simplemente no sabe, sin decirte una cosa como te dice la otra.
Confiar en uno de ellos, o en ambos, para resolver los problemas de concentración del ingreso y la riqueza generados en estos años, sería un suicidio social.
Puede que haya razones no económicas para creer que alguno de ellos sería un gran Presidente o un gran Vice, pero a mí no se me ocurren.