domingo, 7 de diciembre de 2008

Volver a construir un país del cual la gente no quiera irse

Para la próxima década del Uruguay, el desafío puede condensarse en las pocas palabras del título: hay que volver a construir un país del cual la gente no quiera irse.

Hay que parar la sangría de la emigración, primero, por una razón económica: los datos nos muestran que los que se van son casi todos jóvenes con alta capacitación; lo que las estadísticas no tiene como mostrarnos es que además se trata de gente con la “polenta” necesaria para decidir que no les satisface el futuro que les ofrece el país, el que les construyeron sus padres y sus abuelos, y entonces tienen el coraje necesario para ir a hacerse su futuro en el exterior, en Wisconsin o en Zaragoza o en Christchurch en Nueva Zelanda. Por razones económicas necesitamos que se queden porque ése es el tipo de gente que necesitamos para el crecimiento del país.

Pero más importante es que, al irse, esos jóvenes refuerzan el envejecimiento de nuestra población gobernada por gerontes; este país está puesto de cabeza porque sólo aquí puede decirse que un hombre que pisa los 50 años y tiene hijos adultos y puede ser abuelo, es “un político joven”. Esta sociedad gobernada por setentones y llena de pre candidatos setentones no tiene como ofrecerles soluciones a los jóvenes y así se crea el círculo vicioso.

Igualmente crucial es que los se van son hijos, son nietos, son hermanos, son novios, son padres, de los que se quedan, y al irse empobrecen la vida de los que permanecen. Esta emigración es un problema económico pero mucho más que eso es un problema de la sociedad, de la política, de la gente, de los que se quedan… por todo eso hay que pararla.

Para resolver un problema hay que entenderlo. En la elección del 2004, la propaganda del FA fue que se iban por el desempleo, y eso era culpa de los gobiernos colorados. Porque el gobierno que se termina tuvo, como decía un amigo mío, “más suerte que gato ´e casa ´e rico”, los precios externos se fueron a las nubes y vino inversión extranjera, el país creció porque sobraba la plata, bajó el desempleo a la mitad… pero la gente se siguió yendo!

Así, no era por desempleo que se iban; se van porque aquí se gana muy poco.

Un chico de 20 años que se fue a Wisconsin y gana salario mínimo, y trabaja sólo 44 horas por semana y sólo 48 semanas por año, gana más de 1200 dólares al mes –es más de lo que aquí ganan muchos gerentes de pequeñas empresas y ni hablar de los trabajadores por cuenta propia. Allá eso se gana con salario mínimo, y además hay servicios públicos de primer mundo, salud, educación, transporte, comunicaciones… Y si ese chico se fue a Zaragoza o a Almería o a Barcelona, gana todavía más que eso y ni siquiera tuvo que aprender inglés.

Se gana poco en nuestro Uruguay, y no es porque los empresarios sean explotadores porque si lo fueran serían riquísimos, y lo cierto es que los ricos del Uruguay son los menos ricos de América.

Es porque aquí hace treinta años que hay poquísima inversión: en ausencia de capital, no fructifica el trabajo ni fructifica la productividad de la tierra ni fructifica la capacidad empresarial.

Pruebas al canto: vinieron capitales brasileros principalmente al sector frigorífico y al arroz, y vinieron capitales argentinos principalmente a producir granos. Vino capital, y todo lo demás fructificó: subieron las rentas y el precio de la tierra, los trabajadores agropecuarios ganan más, los dueños del capital claro que ganaron, y ganó el sistema jubilatorio y ganó el Fisco, y con eso financiaron el Panes y las demás granjerías con lo que ganaron hasta los que no quieren trabajar. Y salió ganando el partido de gobierno que hizo lo posible por impedir la inversión extranjera mientras se vanagloriaba adjudicándose los éxitos económicos que generó esa misma inversión extranjera que denostaron.

Al aumentar la inversión aumenta la productividad y hay espacio para que todos ganen. Durante las décadas de estancamiento se dio una situación de negociaciones “suma cero” donde para que uno gane otro tiene que perder y las lideranzas sindicales haciendo el juego del “cuanto peor, mejor” pudieron crear el clima de enfrentamiento, odios y lucha de clases que hoy nos paraliza.

Tenemos que cambiar esa cultura para pasar a otra que incentive la inversión para mejorar la productividad para así en todo caso discutir cuanto de las ganancias se lleva cada uno, que es mucho más fácil que discutir cuanto tiene que perder aquél para que éste gane algo.

La política económica será importante si nos lleva a más productividad, esto será importante si nos lleva a una cultura más civilizada y esto será importante si consigue frenar la fuga de nuestros jóvenes.