domingo, 7 de diciembre de 2008

Volver a construir un país del cual la gente no quiera irse

Para la próxima década del Uruguay, el desafío puede condensarse en las pocas palabras del título: hay que volver a construir un país del cual la gente no quiera irse.

Hay que parar la sangría de la emigración, primero, por una razón económica: los datos nos muestran que los que se van son casi todos jóvenes con alta capacitación; lo que las estadísticas no tiene como mostrarnos es que además se trata de gente con la “polenta” necesaria para decidir que no les satisface el futuro que les ofrece el país, el que les construyeron sus padres y sus abuelos, y entonces tienen el coraje necesario para ir a hacerse su futuro en el exterior, en Wisconsin o en Zaragoza o en Christchurch en Nueva Zelanda. Por razones económicas necesitamos que se queden porque ése es el tipo de gente que necesitamos para el crecimiento del país.

Pero más importante es que, al irse, esos jóvenes refuerzan el envejecimiento de nuestra población gobernada por gerontes; este país está puesto de cabeza porque sólo aquí puede decirse que un hombre que pisa los 50 años y tiene hijos adultos y puede ser abuelo, es “un político joven”. Esta sociedad gobernada por setentones y llena de pre candidatos setentones no tiene como ofrecerles soluciones a los jóvenes y así se crea el círculo vicioso.

Igualmente crucial es que los se van son hijos, son nietos, son hermanos, son novios, son padres, de los que se quedan, y al irse empobrecen la vida de los que permanecen. Esta emigración es un problema económico pero mucho más que eso es un problema de la sociedad, de la política, de la gente, de los que se quedan… por todo eso hay que pararla.

Para resolver un problema hay que entenderlo. En la elección del 2004, la propaganda del FA fue que se iban por el desempleo, y eso era culpa de los gobiernos colorados. Porque el gobierno que se termina tuvo, como decía un amigo mío, “más suerte que gato ´e casa ´e rico”, los precios externos se fueron a las nubes y vino inversión extranjera, el país creció porque sobraba la plata, bajó el desempleo a la mitad… pero la gente se siguió yendo!

Así, no era por desempleo que se iban; se van porque aquí se gana muy poco.

Un chico de 20 años que se fue a Wisconsin y gana salario mínimo, y trabaja sólo 44 horas por semana y sólo 48 semanas por año, gana más de 1200 dólares al mes –es más de lo que aquí ganan muchos gerentes de pequeñas empresas y ni hablar de los trabajadores por cuenta propia. Allá eso se gana con salario mínimo, y además hay servicios públicos de primer mundo, salud, educación, transporte, comunicaciones… Y si ese chico se fue a Zaragoza o a Almería o a Barcelona, gana todavía más que eso y ni siquiera tuvo que aprender inglés.

Se gana poco en nuestro Uruguay, y no es porque los empresarios sean explotadores porque si lo fueran serían riquísimos, y lo cierto es que los ricos del Uruguay son los menos ricos de América.

Es porque aquí hace treinta años que hay poquísima inversión: en ausencia de capital, no fructifica el trabajo ni fructifica la productividad de la tierra ni fructifica la capacidad empresarial.

Pruebas al canto: vinieron capitales brasileros principalmente al sector frigorífico y al arroz, y vinieron capitales argentinos principalmente a producir granos. Vino capital, y todo lo demás fructificó: subieron las rentas y el precio de la tierra, los trabajadores agropecuarios ganan más, los dueños del capital claro que ganaron, y ganó el sistema jubilatorio y ganó el Fisco, y con eso financiaron el Panes y las demás granjerías con lo que ganaron hasta los que no quieren trabajar. Y salió ganando el partido de gobierno que hizo lo posible por impedir la inversión extranjera mientras se vanagloriaba adjudicándose los éxitos económicos que generó esa misma inversión extranjera que denostaron.

Al aumentar la inversión aumenta la productividad y hay espacio para que todos ganen. Durante las décadas de estancamiento se dio una situación de negociaciones “suma cero” donde para que uno gane otro tiene que perder y las lideranzas sindicales haciendo el juego del “cuanto peor, mejor” pudieron crear el clima de enfrentamiento, odios y lucha de clases que hoy nos paraliza.

Tenemos que cambiar esa cultura para pasar a otra que incentive la inversión para mejorar la productividad para así en todo caso discutir cuanto de las ganancias se lleva cada uno, que es mucho más fácil que discutir cuanto tiene que perder aquél para que éste gane algo.

La política económica será importante si nos lleva a más productividad, esto será importante si nos lleva a una cultura más civilizada y esto será importante si consigue frenar la fuga de nuestros jóvenes.

martes, 11 de noviembre de 2008

La política Independiente

Hoy me salgo de mis temas económicos habituales para comentar la presencia de Pablo Mieres en el programa de Puglia en Canal 10 el martes 11 de noviembre.
Empiezo diciendo que estuvo simplemente brillante; espero que se pueda conseguir la grabación para colgarla en la página del Partido.
Hubo al menos cinco puntos que me resultaron resaltantes.
Uno fue el estilo, muy cerebral pero sencillo y “llegador” en la exposición, sin jerga política, yendo al grano de modo que todo espectador pueda entender.
Dos fue la claridad con que expuso que hace varios períodos que el país viene siendo gobernado por quienes representan apenas más de una mitad de los votantes, lo que resulta en que todos sabemos que la estabilidad de las normas aprobadas está colgando de un hilo que puede romperse si en la siguiente elección cambia la mayoría. En esas condiciones no tiene sentido hacer grandes reformas; pero los países que avanzan son los que logran hacerlas y mantenerlas. De ahí que para el futuro hay que apuntar a coaliciones extra-partidarias que aseguren que las leyes fundamentales se aprueben con mayorías sólidas que prometan continuidad en el tiempo, cosa que no puede hacerse si un partido cualquiera –sea el Frente u otro- tiene la mayoría parlamentaria.
Tres fue el análisis del gran pecado del equipo económico del gobierno actual en el sentido de no haber ahorrado en la bonanza para defendernos mejor en la época negativa que ya está comenzando, incluso demoliendo el argumento de que “hay reservas en el BCU”, que es falso porque esas reservas se lograron emitiendo deuda, de manera que el verdadero saldo neto, al fin de la bonanza, es esencialmente cero.
Cuatro fue la importancia de entender que la elección de octubre de 2009 sirve para elegir el Parlamento, porque ya se sabe que no habrá mayoría absoluta y también está claro quiénes serán los dos que vayan al ballotage de noviembre. Esto elimina el concepto tradicional del “voto útil” (aquello de “voy a votar a Fulano, que no me gusta, pero es para que no gane Mengano”) y le abre al PI la opción de crecer en octubre para instalar una bancada parlamentaria fuerte y así ser definitorio no sólo en noviembre sino también a lo largo del quinquenio de gobierno, posibilitando las mencionadas mayorías sólidas para la aprobación de leyes fundamentales.
Finalmente, fue muy claro en cuanto a la posición del Partido, equidistante de ambos bloques, de manera que el apoyo que se dé, o no, a uno u otro de los “finalistas” se basará en acuerdos creíbles respecto de qué cosas se harán durante el quinquenio de gobierno, materia que el PI está definiendo a través del funcionamiento de sus ocho equipos temáticos. Si bien todos sabemos que los colorados votarán a los blancos en noviembre –y por tanto no tienen margen de negociación con ellos-, la forma en que Pablo manejó este concepto nos deja en buena posición para negociar líneas de gobierno con uno y con otro “a partir del 1º de noviembre”.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Dos formas de suicidio

Acabo de leer un excelente artículo de Adolfo Garcé, publicado en Observa el miércoles 2 de octubre, donde se cuestionan con éxito las percepciones normales sobre las ventajas y desventajas de las candidaturas y capacidades presidenciales de Danilo Astori y José Mujica. Coincido totalmente con este análisis novedoso y bien argumentado.
Ahora bien, mientras lo leía me puse a pensar en cómo sería un gobierno del Frente encabezado por cualquiera de estos dos personajes, apoyado en el otro, sin que importe demasiado el orden en que se colocan la banda. Naturalmente, me ceñí a mi especialidad, la economía, para concluir que ninguno ha demostrado la menor capacidad para dirigirla sino todo lo contrario.
Puede esto sorprender en vista de los elogios que al Ministro Astori hacen el FMI y demás instituciones internacionales que él denostaba en sus épocas de izquierdista. Veamos el porqué de mi discrepancia con esas instituciones.
Las dos variables centrales que debe resolver un gobierno en lo económico son como crecer y como distribuir.
En materia de crecer –que en un país pequeño sólo puede hacerse vía exportación-, bajo Astori la economía uruguaya creció como nunca porque tuvimos precios externos como nunca. El MEF nada hizo para facilitarlo de modo permanente: no avanzó en la inserción internacional, no promovió otras exportaciones que las que marcaban los precios internacionales, dejó morir lo poco que quedaba de la otrora pujante industria textil, dejó atrasar el tipo de cambio y así importamos de todo lo que no se produce aquí con lo cual se generan empleo y salarios, impuestos y aportes a la seguridad social en el exterior, asistió impávido al creciente déficit externo sin otro argumento que decir que se compensa con el turismo, no fue capaz de contener los izquierdismos sesentistas de sus socios en el Gobierno que llevaron a la situación de desborde sindical que paraliza las pocas industrias que sobreviven al atraso cambiario, y se gastó hasta el último peso de la recaudación y más –por eso tenemos un déficit fiscal creciente y ya cercano al 1 por ciento del producto- y en consecuencia nos deja desamparados ante la violencia de la crisis que se nos viene encima, a pesar de las sucesivas declaraciones del ex Ministro según las cuales “al Uruguay no le pasará nada” –tout va très bien, como dije hace unas semanas. Y se fue del MEF cuando se viene la maroma que él mismo armó.
Por su parte, Mujica hizo lo posible para ponerle trabas al desarrollo agrícola que es la razón exclusiva del aparente éxito económico del Gobierno frentista. No las detallaré para no aburrir al lector, pero son de todos conocidos sus balbuceos medio incomprensibles en el detalle pero claramente apuntados a ponerle trabas a la modernización de ese sector que estuvo atrasado durante décadas.
Confiar en uno de ellos, o en ambos, para timonear la economía uruguaya en los muy difíciles años que se avecinan sería un suicidio económico.
Por su parte, en materia distributiva, Astori presidió la economía del país en el lapso en que se produjo la más fenomenal concentración del ingreso y la riqueza de nuestra historia, y no movió un dedo al respecto, limitándose a decir que la herramienta distributiva era el IRPF. Hace décadas que los economistas sabemos que es muy poco lo que puede hacerse por esta vía, ya que esencialmente lo que hacen estos mecanismos es distribuir entre trabajadores, porque los dueños del capital tienen mecanismos demás para escapar de la tributación, de los cuales algunos hasta son legales. Algo más puede hacerse por la vía del gasto, y mejor si es por la vía de entregar servicios de primera calidad en salud y educación –donde nada positivo se ha hecho- más que en subsidios directos a familias pobres que de hecho los mantienen para siempre en el límite de la pobreza sin abrirles opciones de crecimiento personal y laboral. En el intertanto, las tierras, tradicionalmente en poder de familias ricas, tuvieron durante la era de altos precios externos alzas de dos, tres o cinco veces su valor, enriqueciendo aún mucho más a los que ya eran los más ricos del país. Esos ricos, de los que muchos eran terratenientes y hoy son dueños de depósitos en el exterior, pagaron por impuesto a las trasmisiones patrimoniales el mismo 2 por ciento que paga un poblador que compra su casita.
Y, preguntado Mujica hoy mismo, sobre como distribuir, dice con una candidez inusual en él, que no sabe, simplemente no sabe, sin decirte una cosa como te dice la otra.
Confiar en uno de ellos, o en ambos, para resolver los problemas de concentración del ingreso y la riqueza generados en estos años, sería un suicidio social.
Puede que haya razones no económicas para creer que alguno de ellos sería un gran Presidente o un gran Vice, pero a mí no se me ocurren.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Paulson, con P de Pluna
Jaime Mezzera

Durante meses, el Secretario del Tesoro de los EE.UU., Henry Paulson, dijo que la crisis hipotecaria “estaba contenida”. Hoy está pidiendo una autorización para gastar 700 mil millones de dólares, alrededor de 2 mil dólares por persona en aquel país, para tratar de arreglar lo que hasta hace poco estaba contenido. Los defensores del plan dicen que habría que confiar en el Sr. Paulson, que es muy inteligente. Otras personas inteligentes se preguntan si se puede confiar en la solución a la crisis que viene de alguien que apenas ayer decía que no había crisis.
Imposible no recordar los innumerables pronunciamientos de nuestro profesoral ex Ministro de Economía y su sucesor, que ayer afirmó que la gestión del primero ha sido tan excelente que no sufriremos las consecuencias del mayor terremoto que ha sufrido la economía mundial en los últimos 80 años.

Veamos como se gestó el terremoto en el centro, que a mi juicio pasó por tres etapas.

En la primera explotó la burbuja de los precios de las viviendas y se gestó un aumento en el número de hipotecas que no podían pagarse, lanzando cientos de miles de familias a la insolvencia. La reducción de variables reales, -nivel de consumo, inversión e importaciones- comenzó de inmediato.
En la segunda, los bancos estadounidenses se vieron en la situación de los bancos uruguayos de 1982: si ejecutaban las hipotecas, quedaba medio país en venta y nadie comprando, con lo que el valor real de las garantías hipotecarias, que ya había bajado mucho causando la primera etapa, caería a esencialmente cero. Unos intentaron vender sus activos reales, profundizando la caída de éstos. Otros no ejecutaron las hipotecas y entonces cayeron a casi cero las cotizaciones de los bonos emitidos con el respaldo de hipotecas que no podían ser cobradas ni ejecutadas. En ambos casos, se profundizó la caída de los valores sobre los cuales habían prestado los bancos –con muy poco juicio, como en el Uruguay de la tablita- y se agravó la posición financiera del sector.
Como consecuencia, en la tercera etapa prácticamente desapareció el crédito a todas las actividades debido a que el sistema bancario se vio ante una tremenda escasez de fondos para prestar.

El Plan Paulson ataca la segunda etapa en una forma consistente con lo que dijo el Presidente Bush –“resolvamos el problema y después discutiremos como era”. El Plan es resistido por demócratas y republicanos que creen más importante hacerlo bien que rápido.

Como pasa siempre que uno trata de resolver los problemas antes de entenderlos, este Plan tiene dos grandes errores: primero, hay una gran cantidad de activos, distintos de los bonos respaldados por hipotecas sobre viviendas que se propone comprar, que también han perdido su valor debido a la restricción crediticia; y, segundo, no resuelve la iliquidez del sector financiero… a menos que el gobierno compre los paquetes hipotecarios a precios inflados!

Lo que hacía falta era entrar no en la segunda etapa sino en la tercera, inyectando esa enorme suma de capital en las empresas financieras directamente y, por consiguiente, adquiriendo el derecho a participar en las eventuales ganancias de las mismas en vez de sólo en las pérdidas. Con eso, se evitaría que los actuales dueños y gerentes incompetentes tengan ganancias y luego traspasen sus pérdidas al Estado. Como en el Plan Pluna, el Plan Paulson socializa las pérdidas pero mantiene privadas las ganancias.

El Plan Paulson no debería ser aceptado. Es posible que sea rechazado y como mínimo es probable que sufra grandes cambios en el Congreso, mientras es seguro que su negociación parlamentaria será larga.

Pero, como muestran los precios de commodities y monedas en estos días, los mercados están tan nerviosos que hasta un largo debate parlamentario significará una violenta inestabilidad de precios y niveles de producción, empleo e ingresos –y ni hablar si es rechazado sin algo más razonable que lo reemplace.

Nadie en su sano juicio puede dudar que los países emergentes van a seguir perdiendo fondos de corto plazo –esos mismos que fueron atraídos por la tasa de interés para tratar de reducir una inflación creada por el exceso del gasto público- ni que eso generará shocks de crédito y, a través de ellos, shocks en el mercado de bienes y servicios en el mundo entero.
Pero, como para Paulson la situación estaba “contenida”, aquí está “controlada” porque la situación financiera del Uruguay es tan sólida que no pasará nada.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Rentabilidad y salarios
Jaime Mezzera

Supongamos un empresario que produce un bien de consumo que llamaremos “estizas”, un producto de uso común cuyos detalles no vienen al caso.
Esta empresa vende, en promedio, una estiza por semana a cada uno del millón de hogares que, más o menos, tiene la República, y las vende a 50 pesos cada una; nada impactante, es más o menos el precio de una Coca Light de 2,5 litros. El costo de producción, incluyendo impuestos, BPS, BSE, etc., es de 49,50 pesos por cada estiza, dejando una tasa de ganancia de 1%. De ese costo, el 60 por ciento es la parte no salarial y 40 por ciento la parte salarial.
Los 52 millones de estizas al año, a 50 pesos por estiza, totalizan ventas anuales por 2.600 millones de pesos, y la tasa de ganancia de 1% lleva a que cada año el empresario se quede con 26 millones de pesos. Como es bastante más de un millón de dólares, vive en una regia casa con tres empleadas en Carrasco, tiene otra regia casa con casero y señora-cocinera en Punta del Este, llega a la fábrica en un Mercedes del año, y a ojos vistas es un hombre riquísimo.
Como los empresarios están en el mundo para ganar plata, él piensa reinvertir en la empresa para producir muchas más estizas a menor costo: va a importar equipos más modernos y reorganizar la planta para bajar el costo de producción, reducir el precio y así ampliar su mercado, desplazando al que hoy es el competidor principal, una empresa argentina que aprovecha su tipo de cambio alto para exportar. Sus cálculos primarios le dicen que si hace la inversión va a poder reducir el costo no salarial en 5 por ciento: de ese modo el año que viene bajará el precio a 48,50, desplazará al competidor y venderá el doble, contratará unos 49 trabajadores adicionales a los 347 que emplea hoy; los consumidores pagarán 3 por ciento menos por las estizas, y él ganará 90 por ciento más. Empieza a soñar con exportar y está feliz porque se siente como un capitalista chino moderno que hace que todos ganen…
Pero lo frustran los líderes sindicales: dicen que ganan poco y que llegó “la hora del cambio”, porque al empresario rico le sobra la plata y es justo que la reparta. Amenazan con ir a la huelga, tienen el apoyo del Ministerio de Trabajo y se les aumenta el salario medio en 2,4 por ciento por encima de la inflación.
Aunque parece poco este porcentaje de “recuperación salarial.”, es suficiente para destruir el equilibrio de la empresa.
Resulta que antes del alza, todos los costos no salariales eran $ 29,50, el 60 por ciento de los costos totales, y los salariales eran $ 20, o el 40 por ciento. Una vez producida el alza salarial, el costo no salarial sigue siendo $ 29,50 y los salariales subieron a 20,48, aparentemente una minucia.
El costo total sube hasta $ 49,98 por estiza. Como en este país siempre está vigente la posibilidad de importar más estizas de Argentina, el empresario no puede subir el precio so pena de perder mercado.
Sus utilidades anuales caen de u$s 1.368.421 a u$s 54.737: la “insuficiente” recuperación salarial hizo que el empresario perdiera el 96 por ciento de sus utilidades!!
El empresario no puede llevarse la empresa a otra parte, ni la va a poder vender porque con esta ecuación de costos y precios la empresa ya no vale nada: aun si hace la inversión, con este costo salarial perderá medio millón de pesos al año. Antes del alza, con ganancias superiores al millón de dólares, la empresa debe haber valido unos 10 millones. Hoy no se puede vender por nada.
Pero la inversión que el empresario estaba pensando hacer, y los empleos que pensaba crear, y la sustitución de las importaciones desde Argentina, se fueron al tacho junto con la rentabilidad de la empresa.
Y dentro de poco el empresario va a decidir que para ganar 4.500 mil dólares por mes no le vale la pena hacerse mala sangre, va a cerrar la empresa y se va a ir a Europa con la señora, dejando atrás un montón de trabajadores desempleados y una serie de juicios laborales.
También va a dejar un mercado de estizas dominado por la empresa argentina, restringiendo el crecimiento de la producción nacional y las oportunidades de empleo de la fuerza de trabajo. Perderán también la DGI, y el BPS, y el BPS…
Dentro de las políticas de distribución del ingreso son centrales los empleos y los salarios altos. Este ejercicio muestra que lograrlos y mantenerlos requiere no descuidar la supervivencia de las empresas que ofrecen esos empleos y esos salarios.

martes, 8 de julio de 2008

La Gran Paradoja

Cuando se escriba el Gran Libro de la Concentración del Ingreso en el Uruguay, el capítulo central –por lo paradojal y descabellado- deberá ser el enriquecimiento de los ricos durante el Gobierno del Frente Amplio.
El país creció cerca de 40 por ciento desde la crisis de 2002, y 22 por ciento desde 2004. Era la oportunidad para que un Gobierno progresista hiciera lo que tantos queremos: eliminar la indigencia y reducir la pobreza a su mínima expresión junto con sentar, vía inserción internacional e inversión productiva, sanitaria y educacional, las bases para la consolidación definitiva de un crecimiento con modernización y justicia social.
En lugar de eso, paró de caer la pobreza, los salarios siguen siendo bajísimos, están en niveles críticos la salud y la educación y en quiebra la seguridad social, mientras los signos exteriores de riqueza de los que ya eran ricos crecen explosivamente en forma de vehículos 4x4, yates, viviendas espectaculares, loteos privados y viajes lujosos.
Todo empezó por el crecimiento de los precios de los “commodities” agropecuarios que son los mismos del siglo XIX –carne, lana, cueros- más algunos nuevos pero de las mismas características: soya, arroz, y otros granos. Con eso y la celulosa que empieza a salir, la cuenta corriente con el exterior se equilibra con un tipo de cambio real que sólo permite producir esos “commodities” basados en la feracidad de los campos y en una demanda externa sin parangón conocido.
Así se mata aquellas industrias que no son bendecidas por esos factores, a lo cual se agrega la hostilidad que surge desde el Ministerio de Trabajo y el PIT-CNT, socios en esta tarea destructiva. Las textiles son el ejemplo más decidor y más triste.
En consecuencia, nuestra industria ya no genera empleos de calidad –altamente productivos, bien remunerados, estables, con seguridad social- que suelen ser propios de los establecimientos industriales avanzados que hoy florecen, por ejemplo, en China, India o Vietnam en el Oriente y en Chile, Finlandia, Irlanda o Nueva Zelanda en el “mundo occidental”. En el Uruguay, hace 20 años la industria era más de la cuarta parte del PBI, y hoy es apenas el 18 por ciento, mostrando una evolución semejante la ponderación del empleo sectorial. Por eso ya en 2007, se agota el proceso “fácil” de reducción de la pobreza e indigencia a que nos llevó el anterior experimento de atraso cambiario.
El crecimiento basado en el alza de los precios de los “commodities” agropecuarios beneficia a los dueños de las tierras donde se producen los mismos, es decir a los terratenientes que ya eran ricos y hoy lo son mucho más. No es culpa de ellos, que hacen un negocio lícito dentro de las reglas del juego que plantean los gobernantes, sino de éstos, que no entienden cómo manejar este diluvio de riquezas.
Y como lo que llaman el tipo de cambio de equilibrio de largo plazo no permite crear sino empleos públicos o los “de boliche”, que pueden generarse en servicios orientados a la demanda de los 3.3 millones de uruguayos, se van nuestros jóvenes a ganar el triple en España, o en EE.UU., o incluso en nuestros hermanos del Mercosur.
Nuestro salario mínimo es poco más de la mitad del de Brasil, y lo triplican el de España o EE.UU., destinos preferidos de los emigrantes de hoy; un brasileño chofer de taxi se queda con la mitad de lo que cobra, y más en EE.UU. y Europa, contra 20 por ciento en Montevideo; y, para ni hablar de los países desarrollados, un médico paulista de alto nivel cobra normalmente unos 250 dólares la consulta privada con un especialista establecido que aquí se paga el equivalente de 75.
Por eso se van nuestros jóvenes.
Mientras tanto, esta política económica hace que ganen aquellos que tenían tierras buenas donde ellos, u otros que se las compraron, crían animales o cultivan granos y eucaliptos para la planta de celulosa.
El Gobierno dice que su política fiscal –de recaudación y gasto- es distributiva. Pero la parte de recaudación descansa en el IRPF que grava más a los que más y mejor trabajan, mientras reduce el gravamen a los ricos porque el IRAE tiene una tasa más baja que el antiguo IRIC, y hasta propuso eliminar el Impuesto al Patrimonio. Así, la llamada “política distributiva” del Gobierno intenta redistribuir entre trabajadores mientras trata de “ricachos” a los asalariados y jubilados que ganan 30 mil pesos. En materia de gasto, esa “política distributiva” da pequeñas dádivas a los pobres y muy pobres en forma del PANES y sus sucesores.
Pero su política económica hace que ganan millones los terratenientes
Por eso este Gobierno es concentrador: no hay IRPF ni PANES que compensen la brutal concentración de riqueza que ha significado el patrón de crecimiento que eligieron frente a las tendencias del comercio internacional.

viernes, 21 de marzo de 2008

Lo que no para de caer es el tipo de cambio real

Jaime Mezzera

La rentabilidad de producir bienes y servicios que compiten con el exterior –los transables, en léxico económico- tiene como base el tipo de cambio real. Éste se calcula como un cociente del tipo de cambio nominal –ése que nos anuncian diariamente los noticiarios- dividido por un índice de precios. Lo usual es usar el índice de precios al consumo, el IPC. Pero el costo de producir está mejor aproximado por el índice de precios de los productos nacionales, IPPN, que antiguamente se llamaba Índice de Precios Mayoristas, o IPM.
Pues bien, haciendo esos cálculos y llevando todo a precios de hoy, resulta que el tipo de cambio deflactado por el IPC era de algo más de 23 en enero de 2000, subió hasta 41 a mediados de 2002, y desde entonces cae continuamente. Esa caída fue especialmente fuerte en dos períodos: el primer semestre de 2004, y el segundo semestre de 2007. Cuando el tipo de cambio se deflacta por el IPM se ven las mismas tendencias.
Recordemos que en 2002 la economía uruguaya se estaba cayendo a pedazos porque Brasil había desvalorizado su moneda y entonces, al tipo de cambio de la época, sólo nos quedaba la posibilidad de exportar a la Argentina –que hacía lo mismo que nosotros con su tipo de cambio- mientras comprábamos al exterior, y especialmente al Brasil, prácticamente todo lo que era transable.
A principios de 2002, a raíz de la devaluación argentina, la cotización nominal del dólar empezó a subir en Uruguay, a subir mucho más rápido que los índices de precios: hasta agosto-setiembre de 2002, el tipo de cambio real subió vertiginosamente, al punto que en ese período el gráfico muestra dos líneas casi verticales.
Desde entonces, el tipo de cambio real se desvaloriza continuamente en comparación con cualquiera de los dos índices de precios, y se desploma espectacularmente desde principios de 2007, especialmente cuando se lo compara con el IPM que, como se dijo antes, es mucho más relevante para comparar la rentabilidad. Así, a principios de 2007 un dólar era equivalente a 28 pesos de hoy, y catorce meses más tarde, el mismo equivale a 20,6 pesos.

En conclusión, el tipo de cambio real actual es 11 por ciento inferior al de principios de 2000 si lo deflactamos por el IPC, y 40 por ciento más bajo si lo ajustamos por el IPM-IPPN.

Por su parte, en el año 2007 la caída del valor real dólar en Uruguay fue de 26 por ciento de su valor inicial, lo que casi duplica la que en igual lapso experimentó el dólar frente al euro y al franco suizo, que fue de 14 por ciento. Una vez más, no es conveniente creerles a los funcionarios del gobierno cuando dicen que “este fenómeno es mundial”…
En otras palabras, también perdimos competitividad frente a los europeos, y ni hablar de la pérdida de competitividad sufrida frente a los asiáticos.
Como consecuencia, los productores de transables sufren, sea porque se les corta la posibilidad de exportar, sea porque el mercado nacional está invadido por producción extranjera.
La recientemente publicada encuesta industrial de la CIU muestra que en 2007 cayó la producción industrial en varias líneas de la producción de alimentos y bebidas, en las cervecerías y la elaboración de aceites y grasas, en todas las textiles y las de cuero incluyendo la fabricación de calzado, en los productos de caucho, corcho y paja, en las que trabajan con minerales no metálicos… la industria en total aumentó su producción sólo porque Pepsi exporta (al amparo del atraso cambiario brasileño) y porque Botnia produce y demanda insumos, incluyendo la construcción de buques y barcazas.
En 2000, nuestra industria dependía de venderle a la Argentina al amparo del Mercosur. Hoy depende de venderle al Brasil, también al amparo del Mercosur.
El cacareado “país productivo” del Frente Amplio consiste en exportar materias primas parecidas a las de nuestro Siglo XIX más una bebida cola y el efecto de una inversión a la cual el Frente, cuando no era gobierno, se opuso estruendosamente.